domingo, 16 de diciembre de 2012

ESCATOLOGIA I: Cristo nuestra Pascua (1)

INTRODUCCIÓN
1. Estamos en el tercer milenio. Tres  mil años en los que nuestra fe, la fe cristiana católica, entre las luces y las sombras de la historia, ha dado sentido a la vida de millones de personas, pueblos y civilizaciones. En su sucesión cronológica, con avances, estancamientos y retrocesos, ha plenificado la existencia del hombre mediante una esperanza laboriosa y, no en menor medida, con frutos de buenas obras. Todo un estilo de vida, y de tal calidad, abarcante de todas sus dimensiones, que la ha plenificado. La llamamos vida cristiana.
2. Hoy, lo mismo que durante estos tres mil años, nos preguntamos por el centro de donde brota esa calidad de vida, la fuente de ese dinamismo permanente, el origen de esta esperanza terca, que salta por encima de la contradicción y el desaliento, que lo encara y lo vence sin otras armas que el bien, que combate la violencia con la paz, el egoísmo con el amor, la mentira con la verdad, la injusticia con la equidad, el interés con la gratuidad.
3. Ese centro es el fundamento de la fe cristiana misma: El Señor ha resucitado (Hech. 2, 36): "al que vosotros colgasteis del madero, Dios lo ha levantado y lo ha constituido Señor" (Hech. 5, 30-31). "Matasteis al autor de la vida pero Dios lo ha resucitado” (Hech.3, 15); "lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, pues era imposible que ésta lo retuviera en su poder" (Hech. 2, 24). Tan fundamental es el acontecimiento de la Resurrección "que si Cristo no ha resucitado, vuestra fe carece de sentido" (1ª Cor.15, 17) y, sólo desde ella, puede entenderse la vida cristiana: "Id y anunciad al pueblo en el templo todo lo referente a este estilo de vida” (Hech.5, 20). Esto es lo que hemos recibido y lo que transmitimos: "que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras" (1ª Cor. 15, 3-4).
4. La fe no es simplemente un asentimiento intelectual a la Revelación, sino también, y principalmente el encuentro con el Dios que en ella se auto-comunica y la Revelación plena de Dios es Jesucristo. Por eso la única posibilidad que tenemos para poder encontrarnos con Él, es decir, para tener fe, es que Jesucristo esté vivo. Consecuentemente no podemos renunciar a proclamar la fe en la Resurrección del Señor pues sería tanto como confesar que Jesús está muerto y, consiguientemente, si así fuera, no habría posibilidad de encuentro con Él. Está vivo, por eso podemos encontramos con Él por la fe y este encuentro hace que hoy seamos capaces de vivir el dinamismo de la Pascua de Resurrección.
5. Esta confesión de fe en la Resurrección del Señor, la hacemos extensible a la resurrección de todos (1ª Cor.15, 20-22). "Si se anuncia que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿por qué algunos de vosotros andan diciendo que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos tampoco Cristo ha resucitado; y si Cristo no ha resucitado, tanto mi anuncio como vuestra fe carece de sentido" (1ª Cor.15, 12.13). Si queremos recordarlo aquí, es porque somos conscientes de que hay algunos que se confiesan cristianos y que dicen no creer en la resurrección, otros que han sustituido esta fe por otras creencias ajenas o en contradicción con ella como la transmigración o la reencarnación; otros tratan de interpretarla como prolongación de nuestra historia intramundana o como permanencia en la donación de órganos. San Pablo se lo advertía así a los de Corinto: "Si nuestra esperanza en Cristo no va más allá de esta vida, somos los más miserables de todos los hombres" (1ª Cor. 15, 19).
6.- Por todo ello no es casual que fijemos nuestra mirada en la Pascua, que es como la prolongación en siete semanas del día de la Resurrección de Jesucristo, el Señor. Lo hemos querido hacer así porque es el centro de nuestra fe y de nuestra vida, porque marca el camino nuevo y el estilo de vida nuevo (Hech. 5, 20) inaugurado por Él, porque nos hace encarar las dificultades y problemas con optimismo cristiano y porque nos hace gritar que ni la muerte, ni sus obras y sus agentes, tienen sobre nosotros la última palabra. Ésta es de Dios y, en la Resurrección de Jesucristo, ya ha sido pronunciada. Ella es el sí de Dios a la Vida: "Nadie más que Él puede salvarnos, pues solo a través de Él nos concede Dios a los hombres la salvación sobre la tierra" (Hech. 4, 12).
 

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