martes, 4 de diciembre de 2012

I. Virgen María (1)


INMACULADA CONCEPCIÓN
Es una de las fiestas más importantes y populares a cerca de la Virgen María. Todavía hoy son multitudinarios los novenarios, triduos y festejos que rodean esta fiesta en lo religioso y en lo sociológico.
En la predicación se dicen muchas cosas bonitas y desde luego, antiguamente, se la relacionaba casi siempre con la castidad. De hecho se la llamaba “la Pura”. Muchos se olvidaban que lo de inmaculada se refería a su concepción no a su pureza o castidad. Llamaba también la atención que Jesucristo no apareciera prácticamente, para nada, no había referencia a Él o solamente de pasada. Daba la impresión de que lo acontecido en María, era como propiedad suya en exclusividad, porque así lo había dispuesto Dios. Ella había merecido todo esto. No era esta la visión que daba la bula de la definición dogmática de su Inmaculada Concepción pero si era, y sigue siendo, la visión que tiene mucha gente.
Todo esto nos obliga a preguntarnos a los creyentes cristianos católicos varias cosas a tenor de lo expresado en el Concilio Vaticano II. Y la principal es su relación con Jesucristo porque sin Cristo no se entiende nada de lo que afecta a María. Todo lo bueno y de valor que tiene ella es subordinado a Cristo y dependiente de Él. Consiguientemente, es inmaculada por Cristo –“previstos los méritos de Cristo” dice la bula- y lo es dependiendo de Él. Ella está, y está así, en el plan original de Dios cuya realización se ha efectuado en Cristo.
El plan era la plenitud de la filiación divina dentro de una estructura de gracia que los hombres todos –“in quo omnes peccaverunt” (Rom. 3, 23)- no hemos querido, resistencia consumada en desobediencia a Dios. Es en Cristo donde ha realizado el plan. En Él, esa estructura de gracia se ha hecho efectiva. El es el Hijo en su plenitud y donde está el verdadero Paraíso.
María está desde su concepción, en esa estructura de gracia pues Dios, en su eternidad, la ve en su identificación y unión con Cristo por su fe y su maternidad. Ella no está en esa estructura de pecado que todos los hombres hemos construido frente a la estructura de gracia que Dios había querido. Decir que su concepción es inmaculada –que no tiene mácula, mancha de pecado- es decir que su libertad no está condicionada por los errores de las libertades anteriores a la suya. Ha sido concebida y se ha desarrollado dentro de esta estructura de gracia querida por Dios y realizada en su hijo Jesucristo.
Todo lo cual supone, al llamarla inmaculada en su concepción, que está llena de gracia, expresión recogida en el evangelio durante la anunciación. Es una expresión que quiere expresar la plenitud en la que vive al desconocer el pecado. La gracia no es una cosa con la que se pueda llenar nada. Es la participación en la misma naturaleza divina mediante la filiación y la inhabitación del Espíritu Santo. Es lo que tiene y vive María. Pero todo ello no por sus méritos o exigencias o necesidad de su persona, sino por los méritos de Cristo con los que el Padre la ha agraciado.
La respuesta de María no ha sido en la pasividad, el no hacer nada ante el don que se le hace, sino que responde en la fidelidad a lo recibido –hágase- metiéndose en la profundidad de esa estructura de gracia en la que ha sido concebida y en la que vive, sumergiéndose en ese clima, en esa atmósfera de  bien, que va creciendo según se va uniendo más a Cristo y desarrollando el designio de Dios en la parte que le corresponde, siempre subordinada a Cristo y siempre dependiendo de Él.

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