INMACULADA CONCEPCIÓN
Es una de las
fiestas más importantes y populares a cerca de la Virgen María. Todavía hoy son
multitudinarios los novenarios, triduos y festejos que rodean esta fiesta en lo
religioso y en lo sociológico.
En la predicación
se dicen muchas cosas bonitas y desde luego, antiguamente, se la relacionaba
casi siempre con la castidad. De hecho se la llamaba “la Pura”. Muchos se
olvidaban que lo de inmaculada se refería a su concepción no a su pureza o
castidad. Llamaba también la atención que Jesucristo no apareciera
prácticamente, para nada, no había referencia a Él o solamente de pasada. Daba
la impresión de que lo acontecido en María, era como propiedad suya en
exclusividad, porque así lo había dispuesto Dios. Ella había merecido todo
esto. No era esta la visión que daba la bula de la definición dogmática de su
Inmaculada Concepción pero si era, y sigue siendo, la visión que tiene mucha
gente.
Todo esto nos
obliga a preguntarnos a los creyentes cristianos católicos varias cosas a tenor
de lo expresado en el Concilio Vaticano II. Y la principal es su relación con
Jesucristo porque sin Cristo no se entiende nada de lo que afecta a María. Todo
lo bueno y de valor que tiene ella es subordinado a Cristo y dependiente de Él.
Consiguientemente, es inmaculada por Cristo –“previstos los méritos de Cristo”
dice la bula- y lo es dependiendo de Él. Ella está, y está así, en el plan
original de Dios cuya realización se ha efectuado en Cristo.
El plan era la
plenitud de la filiación divina dentro de una estructura de gracia que los
hombres todos –“in quo omnes peccaverunt”
(Rom. 3, 23)- no hemos querido, resistencia consumada en desobediencia a Dios.
Es en Cristo donde ha realizado el plan. En Él, esa estructura de gracia se ha
hecho efectiva. El es el Hijo en su plenitud y donde está el verdadero Paraíso.
María está
desde su concepción, en esa estructura de gracia pues Dios, en su eternidad, la
ve en su identificación y unión con Cristo por su fe y su maternidad. Ella no
está en esa estructura de pecado que todos los hombres hemos construido frente
a la estructura de gracia que Dios había querido. Decir que su concepción es
inmaculada –que no tiene mácula, mancha de pecado- es decir que su libertad no
está condicionada por los errores de las libertades anteriores a la suya. Ha
sido concebida y se ha desarrollado dentro de esta estructura de gracia querida
por Dios y realizada en su hijo Jesucristo.
Todo lo cual
supone, al llamarla inmaculada en su concepción, que está llena de gracia,
expresión recogida en el evangelio durante la anunciación. Es una expresión que
quiere expresar la plenitud en la que vive al desconocer el pecado. La gracia
no es una cosa con la que se pueda llenar nada. Es la participación en la misma
naturaleza divina mediante la filiación y la inhabitación del Espíritu Santo.
Es lo que tiene y vive María. Pero todo ello no por sus méritos o exigencias o
necesidad de su persona, sino por los méritos de Cristo con los que el Padre la
ha agraciado.
La respuesta de
María no ha sido en la pasividad, el no hacer nada ante el don que se le hace,
sino que responde en la fidelidad a lo recibido –hágase- metiéndose en la
profundidad de esa estructura de gracia en la que ha sido concebida y en la que
vive, sumergiéndose en ese clima, en esa atmósfera de bien, que va creciendo según se va uniendo
más a Cristo y desarrollando el designio de Dios en la parte que le
corresponde, siempre subordinada a Cristo y siempre dependiendo de Él.
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