domingo, 13 de enero de 2013

EXISTENCIA CRISTIANA 6: ¿Dios elige?

La historia, y también la historia personal, nos ha mostrado que de muchos se dice que han sido elegidos por Dios para determinados ministerios, servicios, cargos, profesiones… etc. En algunos es habitual el recurso a la elección divina a través de una vocación desde luego del sacerdocio o de la vida religiosa. Siempre se tratan de justificar a través de esas “llamadas”. Muchos han querido descubrirlas y al no encontrarlas han desistido. No eran elegidos, no tenían vocación o llamada.
Si a esto añadimos el “cómo” se han logrado determinados ministerios, cargos o profesiones –incluso el sacerdocio, el episcopado e incluso el papado- nos hacen pensar que esto de la elección divina no ha sido más que tejemaneje humano –y no muy limpio- más que una acción divina destinada a promover una misión o dedicación digna dentro de la Iglesia. Es a lo que queremos referirnos en la presente reflexión. ¿Cómo entender que Dios elige al papa, al obispo, a los sacerdotes, a los religiosos y a cuantos desempeñan un servicio en la Iglesia?
Creemos que mediante una acción directa y clara no es así, al menos en la gran mayoría. Primero porque no es la forma ordinaria de actuar de Dios. Él no es un actor inmediato en nuestra historia. Ordinariamente actúa a través de mediaciones. En segundo lugar porque es historia real las luchas, las intrigas, los disimulos de la verdad o su ocultación, los fraudes, las adquisiciones a cambio de bienes,… etc. Que se han producido para lograr determinados cargos convertidos en prebendas. Algunas “canonjías” tienen historia. Todo ello nos obliga a pensar que una acción directa –elección- por parte de Dios debe ser excluida.
¿Tomando la iniciativa respecto de un candidato frente a otros pretendientes? Por las mismas razones no podemos afirmar esto, es muy clara la iniciativa humana –muchas veces nociva y perjudicial- buscando prebendas y sometiéndose a servilismos, a veces inhumanos, para lograr determinados puestos.
Pero, desgraciadamente, así ven este asunto mucha gente y hasta se resignan después si el pretendido elegido no ha respondido debidamente cuando se le supone una elección divina. Lo ven algo así como si Dios decidiera previamente a quien elige y luego, moviendo secretos hilos, claros u ocultos, hace que lo logre saliendo elegido el que estaba predeterminado por Él. Así tampoco puede entenderse una elección divina porque entonces todos los elegidos por Él lo lograrían, con lo que haríamos siempre responsable a Dios de las muchas elecciones malas que han existido en la historia y que hoy también existen.
Quede por tanto claro que Dios no actúa directamente ni nombrando ni eligiendo ningún candidato suyo previamente a cualquier elección hecha por los hombres. Él ni impone candidatos ni tampoco electores. Depende de la voluntad humana, de su recta ordenación para lo que con esa elección se pretende y del bien común que siempre debe perseguirse.
¿Entonces Dios no tiene nada que ver? Lo mismo que afirmamos todo lo anterior, afirmamos también que Dios sí tiene que ver en una elección, siempre a través de una acción mediada y nunca sustituyendo la libre voluntad de los legítimamente electores. Él asume lo que las circunstancias demandan en las coyunturas históricas concretas y los hombres rectamente eligen siempre atendiendo a los signos de los tiempos. Él hace suya la decisión que los hombres con los medios legítimos naturales y sobrenaturales han tomado. ¿También hace suya una elección equivocada? Él no la ha tomado pero hace suya la tomada por los legítimos electores. Pueden honradamente equivocarse –no una elección hecha con malas artes- pero al elegido no le faltará la ayuda divina para llevar a término la misión y la vida para la que es elegido. Será en su fidelidad a estas donde se hará eficaz la elección de Dios que ha hecho suya la elección humana.
Pero hay que suponer siempre unos electores que obran con rectitud y honradez, buscando siempre el candidato más idóneo para responder a lo que la coyuntura histórica demanda y teniendo siempre como fin el bien común en el servicio al que se le destina. También la historia está llena de elecciones en principio equivocadas que, con la ayuda de Dios, han cumplido, a veces extraordinariamente bien y con creces, la misión para la que equivocadamente fueron elegidos.

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