IV.- Seguirle es negarse a sí mismo y tomar la cruz

Después invitó a la gente a reunirse con sus discípulos, y les dijo:

— El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, cargue con su cruz y me siga, porque si uno quiere salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará. A ver ¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero si malogra su vida? Y ¿qué podrá dar para recobrarla? Porque si uno se avergüenza de mí y de mis palabras entre la gente esa, idólatra y pecadora, también este Hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre los santos ángeles.

Y añadió:

— Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto que el reinado de Dios ha llegado ya con fuerza.

Luego, llamando a la gente y a sus discípulos, continuó su instrucción.

Para ponerse detrás de El —seguirle— hay que renunciar a uno mismo y cargar con la cruz. ¿Qué es renegar de uno mismo? ¿qué es cargar con la cruz?

En primer lugar, seguirle depende de una decisión libre de la persona. No se trata de un entusiasmo pasajero. Tampoco de una imposición o un mandato. Ni debido a un ansia de distinguirse. Es una decisión que compromete a la totalidad de la persona, no a una parte como puede ser la inteligencia o un afecto de la voluntad. Es la totalidad de la misma la que se compromete en una opción fundamental, por tanto abarcante de toda la existencia y por la cual se va a conducir. Lógicamente ha de hacerse en libertad para que sea humana y tenga valor.

Renegar o renunciar a uno mismo no es masoquismo, ni tampoco disgusto por ser hombre o despreciar lo humano, quizá con la pretensión de ser Dios. En una época en la que tanto se habla de la estima personal de uno mismo resulta chocante que Jesús invite a renunciar a uno mismo.

¿Qué hay tras de todo esto? Nosotros los hombres somos una existencia histórica valiosa porque somos criatura de Dios pero que, desde los orígenes somos una existencia errada —la Biblia coloca desde los orígenes el pecado— por tanto poseerse a si mismo es poseer lo equivocado pues lleva el error —pecado— consigo. Optar por el seguimiento demanda renunciar a nosotros mismos para hacernos con la existencia de Cristo, que está libre de todo pecado-error. Sacramentalmente esto se hará por el Bautismo, donde somos expropiados de nuestra propia existencia y se nos otorga la del Señor. Desde entonces “somos en Cristo” como dirá muchas veces san Pablo.

También parece dramático lo de cargar con su cruz. ¿Se refiere a la de cada uno o a la de Jesús? ¿Por qué? Pues porque si uno renuncia a ser señor de su propia historia y opta por la de Cristo, ésta se define esencialmente por el amor, que es lo que define a Dios. Seguirle es identificarse con su existencia histórica que, por amor, llega hasta dar la vida. La comunidad de seguidores tiene que estar dispuesta a cargar con los demás hasta la muerte si es preciso. Uno es verdaderamente “en Cristo” cuando responde de los demás, cargando con ellos hasta dar la vida, como lo hizo Él. La cruz es la ignominia aceptada por un amor sin límites y sin condiciones.

Así se entiende que “quien quiera salvar su vida la perderá” porque es una historia errada desde sus orígenes y quien la pierda por Él la salvará, porque la identificación que produce el “ser en Cristo” sitúa al seguidor en la comunión con Él.

Esto, en una generación perversa y adúltera, puede producir en algunos cierta vergüenza confesarlo. Muchos preferirán esconderlo en lo secreto. Pero esta actitud no debe darse ni en la comunidad ni en ninguno de sus miembros pues todos se deben a la misión de Jesús que vino para salvar a todos los hombres para que esta generación —perversa y adúltera— la encuentre, es la comunidad creyente y cada uno de sus miembros quienes deben mostrársela. Cuando Él venga en su gloria no se avergonzará ante el Padre de una comunidad y unas personas que, por lo que viven, enseñan y celebran han mostrado a otros el esplendor del amor que es la gloria del Padre.