sábado, 7 de marzo de 2015

X.- Prevención contra la ambición


— Y al que escandalice a uno de esos pequeños que creen en mí sería mejor para él que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te pone en peligro, córtatela; más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al quemadero, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te pone en peligro, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que con los dos pies ser echado al quemadero. Y si tu ojo te pone en peligro, sácatelo; más te vele entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado con los dos ojos al quemadero, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga.
Juan había interrumpido a Jesús en medio de su instrucción a los discípulos cuando había puesto en medio y abrazado a un chiquillo señalándolo como referencia del verdadero seguidor. Después de la interrupción, Jesús continúa su instrucción. Lo que motivó lo del chiquillo fue la ambición que habían demostrado los discípulos cuando venían discutiendo por el camino sobre quién era el más importante entre ellos. Ahora retoma el tema y les advierte del daño que puede hacer en la comunidad la ambición. Es el sentido que tiene decirles que quien escandalice a uno de estos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen una rueda de molino y lo arrojasen al mar. Jesús no se está refiriendo a la gente ajena a la comunidad porque se refiere “a los que creen”, por tanto la referencia es a los que componen la comunidad. La instrucción previene a la comunidad contra la ambición porque escandaliza a los que creen.
¿Por qué esta dureza en lo que merecen los ambiciosos? Porque producen escándalo a los que creen. ¿Quiénes son éstos? Los que han entrado en la comunidad como servidores –chiquillos— porque el servicio es definitorio en ella ya que está fundada en el amor y éste donde se verifica es en el servicio. El escándalo es piedra de tropiezo que frustra e impide aquello que define a la comunidad, que era lo que los “pequeños” buscaban en ella. Pero esa búsqueda no es de algo superficial, externo o compatible con las ambiciones personales o colectivas, no; se trata de algo que define la existencia misma del que cree: o se es servidor, y entonces se es creyente, o se es ambicioso y entonces no se es creyente, pues fe y ambición son incompatibles.
Por eso Jesús arremete contra el escándalo que provoca la ambición recurriendo a tres figuras: mano, pie y ojo. Son figuras que expresan funciones esenciales que comprometen la existencia del que cree, no son una función más o menos importante. Cortarse la mano es lo mismo que renegar de uno mismo. La mano es la figura de la actividad que, cuando es contraria a Jesús, expresa que la persona actúa no a favor de Jesús, que es lo que hace la fe, sino en contra de Él. Es decir, coloca la existencia del creyente fuera de lo que, como creyente, han elegido. Son pequeños y son, por tanto, los que han elegido ser pobres y, consiguientemente, tienen a Dios por rey. El ambicioso, al producir el escándalo, no solo manifiesta que está fuera del seguimiento, sino que se está convirtiendo en piedra de tropiezo para los que comenzaban a hacerlo que compromete toda la existencia, no solo una función.
Con la figura del pie se está haciendo relación al camino emprendido por todos los que se han hecho pequeños —chiquillos— y a quienes la ambición dentro de la comunidad, mediante el escándalo, sitúa fuera del verdadero camino —seguimiento— en otros que ni siguen a Jesús ni conducen a Él. También esta figura nos lleva al centro mismo de la existencia, porque el camino que se emprende, por el seguimiento, es el de la identificación y la comunión con Jesús. No estar identificados por otras búsquedas y seguimientos a lo que conduce la ambición, supone no tener el “ser en Cristo” que diría san Pablo. No es solo seguir un camino errado sino tener una existencia errada.
El recurso también al ojo para mostrar la posibilidad del escándalo en el ambicioso, nos muestra figuradamente todo el mundo interior del hombre en sus aspiraciones y deseos, porque orienta la actividad y también hace la elección del camino. Si el ojo del ambicioso produce escándalo afecta a la existencia misma pues el mundo interior, los deseos y aspiraciones, son afectados y orientados hacia un modo de existir contrario a lo que es verdaderamente el hombre. Lo que produce una fractura medular de su existencia que llamamos pecado.
El final es la gehenna. La frustración esencial de la existencia que no fue creada para la corrupción —el gusano— y la destrucción —el fuego— sino orientada hacia el Dios que la creó y por el camino —Cristo— por el que nos redimió.
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