Los otros diez,
al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús
los reunió y les dijo:
— Sabéis que los
que figuran como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los
oprimen, pero no ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que quiera
subir, sea servidor vuestro, y el que quiera ser el primero, sea esclavo de
todos, porque tampoco este Hombre ha venido para que le sirvan, sino para
servir y para dar su vida en rescate por todos.
La metedura de pata de los dos
hermanos, dejándose llevar de su ambición, provoca la indignación de los demás.
¿Por qué? No es porque su comportamiento les haya parecido injusto para con
Jesús después de haberles mostrado con todo lujo de detalles lo que le va a
suceder en Jerusalén. No. Tampoco es porque comprendan que entre ellos —la
comunidad de Jesús— no caben las ambiciones personales. No. Es porque tienen la
misma mentalidad y, lógicamente, las mismas ideas sobre lo que va a suceder en
Jerusalén. Esta es la razón de su indignación.
Claro está
que los anuncios de la pasión, muerte y resurrección, hecho por Jesús a los
suyos, han sido un rotundo fracaso. Lo de los dos hermanos lo pone de
manifiesto y la reacción de los indignados lo confirma. Esto provoca que Jesús
vuelva a la carga contra la mentalidad de los discípulos y el mesianismo que
conciben y plásticamente les presente cuál es la auténtica mentalidad que nace
del verdadero mesianismo, que es el que Él representa.
Les pone
unos ejemplos contundentes. Aquí, en este mundo, los que tienen la mentalidad
de los discípulos, los que ejercen el poder tiranizan a sus pueblos y los que
se creen grandes los oprimen; los demás son el ámbito donde se ejerce el
dominio, quedan reducidos a instrumentos, a cosa, sin reconocerles su dignidad
de personas ni el ejercicio de su libertad. Los jefes y los grandes han perdido
la conciencia de por qué lo son y para qué pues el ejercicio del poder los ha
instalado en la corrupción. De aquí el dicho “el poder corrompe siempre y, si es absoluto, corrompe absolutamente”.
Y corrompen a la sociedad, las comunidades y los individuos desposeídos de su
libertad al ser tiránicamente sometidos.
Esto no
puede vivirse así en la comunidad cristiana. Por eso en ella no hay poder
porque no hay grandes y jefes que dominen. En la sociedad civil según donde
reside el poder así se clasifican los estados con sus características. Serán
monarquías, repúblicas, democracias o dictaduras. Donde reside el poder
califica al estado. En la comunidad cristiana ¿dónde reside el poder? ¿En el
papa o los obispos? ¿en el Vaticano y las congregaciones romanas o en las diócesis
y parroquias? No. El poder reside en nuestro Señor Jesucristo porque es Él el
único Señor y, además, el único que sabe serlo. Pero ¿cómo es su poder y cómo
lo ejerce? Por el amor y este, para serlo de verdad, se verifica por el
servicio. Lo expresó claramente: no ha venido para que le sirvan sino para servir.
Éste es el camino de la comunidad. Los jefes y los grandes no son camino, no
será así entre vosotros. En ella quien quiera ser primero tiene que hacerse
último y esto solo se logra amando y sirviendo desinteresadamente a los demás y
no tiene otro límite que, identificados con Él, estar dispuestos en este
servicio hasta entregar la vida. Su forma de entender el poder y de ejercerlo
no tiene ningún parecido a como es ejercido por los jefes y grandes de este
mundo.
Jesús ataca
las ideas de los discípulos sobre el mesianismo, en el que pretenden ubicar, un
mesianismo autoritario y jerárquico. La comunidad que Él pretende es una
comunidad donde el dominio del hombre por el hombre no exista porque en ella todos
son considerados iguales, donde el amor se muestre en el servicio mutuo y toda
ella volcada en la acción a favor de todos los oprimidos. Es un servicio que
nace del amor y es quien lo verifica. Un amor que no sirve, es embustero.
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