sábado, 7 de marzo de 2015

XVI.- Todos últimos para ser todos primeros


Pedro se puso a decirle:
— Pues mira, nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
Jesús declaró:
— Os lo aseguro. No hay ninguno que haya dejado casa o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por la Buena Noticia, que no reciba en este tiempo cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura vida eterna. Pero todos, aunque, serán últimos, y esos últimos serán primeros.
Después de la escena del hombre rico, en el mismo capítulo, continúa la narración con los versículos ya vistos de la dificultad que van a tener los ricos para salvarse de cómo los discípulos se espantan ya que piensan que la riqueza es necesaria para la subsistencia y mantenimiento de sus personas y de la comunidad. Es a continuación cuando interviene Pedro y Jesús contesta con el texto presente.
Pedro, sin renunciar a su mentalidad, le recuerda a Jesús que ellos lo han dejado todo y le han seguido. Es como si le dijera: si hemos hecho lo que el hombre rico no ha sido capaz de hacer ¿qué es lo que nos va a tocar en el Reino? Jesús le responde que aquí, en este tiempo, recibirán mucho más que aquello a lo que renuncian, y concluye el texto con una frase que ha tenido muchas traducciones. La más común es “muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros”. ¿Cuál es el contenido de dicha frase?
La oferta que Jesús hace a aquellos que son miembros de su comunidad no es que se peleen para ser primeros sino justamente lo contrario, que sean últimos, que se empeñen en ser últimos. Desde el principio de esta instrucción, y también antes, Jesús viene insistiendo y, como veremos, insistirá aún más, en que los suyos han de ser servidores dentro de una igualdad solidaria. Del servidor es servir, no es esperar que otros le sirvan a él. Su servicio no le coloca en el primer lugar, sino en el último. Entonces, lo que Él ha querido es que sus discípulos formen una comunidad de servidores, por lo tanto de últimos. Según el dicho, habrá muchos últimos que serán primeros. En la comunidad de Jesús todos serán primeros porque todos son últimos. Habrá primeros que serán últimos, pero no en la comunidad de Jesús porque todos son últimos que es condición para ser primero. Aquí no hay privilegiados a los que Dios les haya ofrecido u otorgado los primeros puestos. Aquí, a todos a los que Dios llama al seguimiento en la comunidad lo que les ofrece es lo que la comunidad es —ser servidora— consiguientemente, la igualdad en el servicio.
En la comunidad de Jesús no hay unos elegidos para mandar. No es que no haya autoridad ni que no haya quien la ejerza. No. Lo que pretende Jesús es que esa autoridad no sea el ejercicio del dominio sobre los demás, que es la definición del poder. La única forma de evitarlo es concibiendo y ejerciendo la autoridad como un auténtico servicio. Y a esto se llega cuando se valora a las personas por lo que son, no por lo que tienen. Lo que está en el fondo de esta exigencia de Jesús es el valor absoluto de la persona.
Concebida así la autoridad, como un auténtico servicio a la comunidad, quedan excluidos de ella los mecenazgos. Estos suelen aportar bienes a la comunidad para la subsistencia y el cumplimiento de su misión pero, buscándolo intencionadamente o no, crean dependencia. La comunidad no puede someterse, si quiere ser libre, a ninguna dependencia aunque pueda parecer inocentemente independiente. Nos son muy conocidos muchos sometimientos fácticos a mecenas que aparentemente no buscaban otra cosa que el bien de la comunidad. Muchas veces la dádiva se ha convertido en precio. Lo que Jesús busca en sus seguidores es que no dependan de ningún bondadoso señor sino de la labor solidaria común de quienes componen la comunidad, lo cual se logra por el servicio desinteresado de todos para todos convirtiéndose en últimos para poder ser primeros.
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