sábado, 7 de marzo de 2015

XVIII.- En la comunidad no caben los ambiciosos


Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
— Maestro, querríamos que hicieras lo que te vamos a pedir.
Les preguntó Él:
— Qué queréis que haga por vosotros?
Contestaron:
— Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda el día de tu gloria.
Jesús les replicó:
— No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de pasar el trago que voy a pasar yo o de sumergiros en las aguas en que me voy a sumergir yo?
Le contestaron:
— Sí, lo somos.
Jesús les dijo:
— El trago que voy a pasar yo lo pasaréis, y en las aguas en que me voy a sumergir yo, os sumergiréis, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, está ya reservado.
Nada más hacer por tercera vez el anuncio de su pasión, muerte y resurrección, dice el evangelista que se le acercaron los hijos de Zebedeo haciéndole a Jesús esta petición. Son dos hermanos que ya en otras ocasiones han mostrado su carácter intransigente, por eso Jesús les puso el mote de Boanerges —hijos del trueno— y se han significado en la comunidad iniciada por Jesús por ser de los más fanáticos entre los discípulos. Dan casi una orden a Jesús: “concédenos sentarnos”... Aunque le llaman maestro no andan con delicadezas pidiendo “por favor” o “si es posible”. No. Quieren que se les haga el favor y, además, quieren asegurárselo antes de hacer la petición. Luego la hacen. Quieren los primeros puestos: sentarse en su gloria uno a la derecha y el otro a la izquierda.
La clave de la petición está en la palabra gloria. ¿Qué entienden ellos por gloria? ¿Se refieren al cielo? Ni mucho menos. Está en línea con su mentalidad. Están a las puertas de Jerusalén y piensan que Jesús establecerá allí su reino, que ellos entienden como un reino más de este mundo, donde hay desigualdades provocadas por las ambiciones de unos y de otros y el ejercicio del dominio de éstos sobre aquéllos. Ellos quieren los primeros puestos en ese reino, tener los máximos poderes para dominar a los demás.
Jesús ha tenido que preguntarles qué es lo que desean, porque ellos, en principio, no se lo han dicho. Jesús les dice que no saben lo que piden. ¿Qué es lo que no saben? Pues que no tienen ni idea de cuál y cómo es el reino que en Jesús se establece y, como antes no han entendido, en la instrucción que les ha venido haciendo, porque para ser primeros hay que hacerse últimos, y no para el dominio sino, como a continuación dirá, esto solo se logra mediante el servicio desinteresado. Los primeros puestos aquí están reservados por el Padre, no para los que ambicionan más, sino para los que sirven más y mejor y esto el único que puede calibrarlo es el Padre, que es quien conoce el interior de cada uno y la calidad de su servicio. No depende ni de ambiciones personales ni de grupo.
A continuación Jesús les hace una pregunta: ¿seréis capaces de beber el cáliz que yo he de beber y de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? Jesús hace referencia a su muerte. La respuesta de los dos es tajante: “podemos”. Pero ¿a qué se refiere Jesús y que entienden ellos? Está claro que Jesús se esta refiriendo a su pasión y su muerte, el “podemos” de ellos hace referencia a esto? También está claro que no. Está en relación con su deseo de alcanzar la gloria que Jesús alcance cuando establezca el reino que ellos esperan y que no coincide ni con la gloria ni con el Reino que Jesús establecerá. El “podemos” expresa la voluntad, el estar dispuestos para conseguir la gloria y el reino mundano que piensan que Jesús establecerá cuando llegue a Jerusalén. Ellos están dispuestos a sacrificarlo todo ante las dificultades que se presentarán antes de conseguir el triunfo final.
La respuesta de Jesús al “podemos” es clara. Beberán el cáliz y se bautizarán con su bautismo pero no en lo que ellos piensan ni como ellos piensan, sino en como lo hará Jesús y como también lo tendrán que hacer sus verdaderos seguidores. Ellos pasarán por esa misma prueba y vivirán todos los sacrificios que comporta seguir a Jesús hasta que Dios establezca su Reino. De hecho Santiago será el primero de los apóstoles que entregará su vida en el seguimiento. El “podemos” cambiará de signo, de una búsqueda nacida de la ambición humana se convertirá, contada la energía de su carácter, en una entrega sin condiciones al establecimiento del Reino en el seguimiento del Señor muerto y resucitado.
La lección a la comunidad es clara. En ella sobran las ambiciones que crean desigualdades y chocan con la fraternidad que crea siempre el servicio desinteresado. En ella no hay ni mandamases ni mandamenos, el poder —ejercicio del dominio— lo tiene Nuestro Señor Jesucristo, que nace de su amor y su forma de ejercerlo ha sido y es mediante el servicio.
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